Por MUSEOVIRTUALBEGUI
Adrian Sergio Maglieri es Magister en Industrias Culturales, Lic. Comunicaci�n Social e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ). Tambi�n es fot�grafo, periodista y docente. Blog: Antimedio del Sur http://antimediodelsur.blogspot.com
RESUMEN:
¿Puede una historia, no decir absolutamente nada?, o ¿puede pasar que un gato sueñe y una máquina pueda registrarlo? O imaginar que las personas solo se alimenten con baterías nutrientes. Todo puede suceder en los relatos para un día sin tiempo, porque por allí pasan las historias más extrañas, congeladas para los que se atrevan a reanimarlas. Una despedida, un grupo de jóvenes peleando por el futuro, unas muñecas que duermen en el cajón de los juguetes y un inmigrante que vuelve a abrazar a su familia, son algunas de las historias que esperan ser rescatadas del encierro del silencio, de este libro cerrado.
RELATOS PARA UN DÍA SIN TIEMPO. (INTRODUCCIÓN)
Estas historias, cuentos fantásticos, y prosas poéticas, fueron concebidos en momentos de una profunda inspiración por narrar, descubierta desde temprano en mí, surgidas en los días en que todo estaba por venir.
Desde pequeño me interesé por la lectura. Fue en la casa de mis abuelos maternos, en Avellaneda, en donde pasaba extensas visitas, cuando comencé con la lectura de historietas que podían intercambiarse en un kiosco de usados. No recuerdo el número exacto de revistas que intercambié, lo cierto es que en esas veredas de verano de sol fuerte y de largas siestas, es donde se recorrían las primeras lecturas y la imaginación comenzaba a rodar. Aquellas eran tardes en las que me pasaba leyendo historias y construyendo los primeros relatos.
Por otra parte, en el Berazategui de la década del 80, existió el saludable hábito de intercambiarse libros entre amigos, cambiar con los chicos del barrio, aquellos pocos ejemplares que teníamos en casa.
Es que en esos tiempos en donde transcurría mi infancia, las semanas estaban vacías de la tecnología digital y llenas de chicos hablando en las calles, jugando a la bolita y remontando barriletes. Niños esperando alguna lluvia para probar velocidad con barcos improvisados, que se arrojaban al agua caudalosa de las zanjas y los charcos, en vertiginosas carreras por los barrios de Villa Mitre y Jacarandá. Eran los días de obligarnos a andar en bicicleta, de escaparnos a miles de aventuras, o de estar sentados, reunidos, simplemente hablando e inventando nuestros juegos.
En esos intercambios barriales, el primer libro que llega mis manos fue Sin familia, una novela de Hector Malot, sobre la historia de un niño huérfano que sufría viajando sólo para encontrar un destino seguro. Luego vinieron varios más, Expreso de media noche, El Tunel, El visitante de Alma Maritano, hasta llegar a Julio (Cortázar).
Allí fue cuando pude abrirme a un mundo nuevo, a la orilla de un enorme territorio desconocido que sentía la necesidad de recorrer. Continuidad de los parques, autopista del sur, casa tomada y tantos más.
Durante las horas del silencio en la biblioteca popular “Manuel Belgrano” de Berazategui, o en la biblioteca de Bernal (cuando pude viajar solo y crecer en desafíos) pude descubrir al gran Ernesto Sábato, con “Hombres y engranajes”, que me infundía un profundo sentimiento humanista. Seguiría con “El túnel”, “Sobre héroes y tumbas”, pasando a Horacio Quiroga, y muchos otros autores. Comenzaba a brotar la necesidad de escribir algo propio, las palabras nacían y parecían moverse solas. Las primeras historias fueron compartidas con mis compañeros de la escuela secundaria, en pequeñas libretas a modo de libros artesanales improvisados, creados por la urgencia de contar. Esos primeros lectores, podían dejar al final sus impresiones y comentarios en la sección de notas.
Las libretas llegaron a manos de un profe de literatura (Viviana) que se ocupó de ilusionarme y empujarme para seguir un poco más. Muchas fueron las historias que surgieron después. Algunas de ellas, se arrojaron a la basura, otras, se perdieron en algún cajón de escritorio, y así nacieron y fueron leídas en días de enorme libertad y esperanza interminable.
La adolescencia, es quizás el campo más fértil para la producción de textos, con momentos completos que pueden dedicarse a imaginar. Es donde la vida comienza a recorrerse sin apuros, donde la rutina de la vida adulta, el compromiso del trabajo y el horario marcando a fuego por el ritmo de los días, no resultan todavía una carga.
Esa primera juventud, fueron también tardes vertiginosas de pensarlo y repensarlo todo, de imaginar no sólo ese presente que nos abrazaba, hoy convertido en recuerdo, sino todo lo que vendría en los siguientes capítulos. Todo estaba adelante y todo a la vez, podía esperar y esperarnos. En el transcurso de otras urgencias, lo único prioritario parecía ser construir relatos.
En esos días de imaginación interminable, inventamos junto a mis hermanos Gabriel y Silvia, nuestros propios juegos, y nos dejamos llevar por las ideas más locas en donde lo que soñábamos, estaba rápidamente al alcance de nuestras manos. Las cosas podían hacerse porque eran simples, y todo lo que proyectábamos nos parecía grandioso. Fueron días de creación sin apuros. Desde sacarnos fotos haciendo cosas absurdas a descubrir que estábamos creciendo y que se venían nuevos desafíos. Pudimos divertirnos y reírnos, esquivando las adversidades. Fueron días maravillosos en los que nacieron historias, y algunas son éstas. Historias para días que quedaron atrás, pero a la vez continúan presentes. Historias que fueron contadas para días sin apuros. Son estos, entonces, los relatos para un día sin tiempo.
DEDICATORIA
Dedicado a Melisa Azul Eva Maglieri, futura artista, cantante, mujer atrevida, arriesgada, curiosa, soñadora, temperamental y valiente, que llegó a este mundo para regalarnos la primavera. A mi hijo, el ajedrecista Nahuel y a la mujer con la sonrisa más linda, mi compañera eterna y la madre de mis hijos, Roxana.
AGRADECIMIENTOS.
Gracias a los extraterrestres (residentes transitorios de la ciudad de La Plata) Juan Iriarte, Paola Davico y la superliga de la ilusión, por llegar a este planeta para devolvernos la esperanza de un mundo mejor, construido con lecturas interminables en bibliotecas infinitas, como las que alguna vez imaginó don Jorge Luis.
Gracias a los consejos del escritor Roberto Montaña y al grupo literario Ave Maula, con el que compartí algunas tardes de lectura inolvidables. Gracias al equipo de Identidad Sur.
ACLARACIONES JUSTAS Y NECESARIAS, PARA LEER LOS RELATOS PARA UN DÍA SIN TIEMPO. (CONTRATAPA)
No piense en los peligros del viaje, piense en lo que está por conocer en el recorrido. No hay esquema prefijado. Puede comenzar por donde quiera.
No se apure en la lectura, pero tampoco vaya tan lento como para quedarse dormido con el libro en sus manos.
Descanse un poco antes de salir, no es conveniente conducir por las palabras de estos relatos con ojos agotados y pensamientos congestionados. No lleve mucho equipaje, no es necesario hacerse de peso, solo descubra, intérnese, pregúntese cosas, vuelva y regrese. Apague su teléfono celular, no mire el reloj a cada rato. Ocúltese de los otros. Lea en voz baja preferentemente, o si quiere, comente con otros.
Huela de vez en cuando, el aroma de las páginas. No olvide tener a mano un señalador, por si es necesario un merecido descanso. Se recomienda acompañar la lectura con un cafecito, té o mate amargo. Intérnese en un profundo domingo interminable.
Bienvenido a los relatos para un día sin tiempo.
INDICE
Micro historias:
Niño que crece
Dulzura
Mirada
Número equivocado
Manos vacías
Amor sin respuesta
La muerte y la esperanza
Relatos para un día sin tiempo:
1- Historia sin sentido
2- Fantasma
3- La marca
4- La máquina de soñar
5- El valor de las baterías
6- La chica de los fideos rubios
7- Día último, día primero.
8- Muñecas dormidas
9- El regalo
10- Reencuentro
11- Melisa y la primavera
NIÑO QUE CRECE.
Una vez, un niño quiso ser grande,
entonces jugó a la bolita y cruzó muchos charcos,
pensó cosas ingenuas y creó enormes fantasías,
caminó, corrió y se sintió libre.
Después, soñó algo que había imaginado,
algo que nunca antes había alcanzado,
no tuvo miedo de abrazar, ni miedo de querer,
creyó en unos magos que le traían regalos.
Más tarde, jugó con cosas inventadas,
vio un mundo transparente, se brindó por completo,
preguntó miles de cosas y tuvo pocas respuestas.
A veces no fue entendido, y otras veces, él no entendió.
No le importó la apariencia, su ambición era un helado.
se enojó, pidió un abrazo, y su alegría fue un beso.
No mintió, no pudo fingir ni ser falso, no sabía cómo hacerlo.
Su mundo fue un dibujito, un chocolate, un caramelo.
su mundo fue barrilete, escondida y bicicleta.
Quiso saber por qué había nubes y por qué había luna.
Tuvo temor de dormir sin luces, y de quedarse solo.
Pidió una mano para cruzar la calle y devolvió una sonrisa.
Un día, corriendo con un globo, fue más feliz que nunca.
Otro día, pensó en irse lejos en un avión de papel.
Una mañana, pegó figuritas y juntó esperanza.
Después durmió cansado por pedalear mucho y por saltar alto.
Y siguió soñando con crecer y poder hacer cosas.
... y se hizo grande.