Por MUSEOVIRTUALBEGUI
Pro. ORLANDO YORIO El testimonio y la entrega de un pastor Presentamos el "retrato" del sacerdote argentino Orlando Yorio. Fue un pastor bueno y fiel en medio de las dificultades, las persecuciones y el exilio. Fue un animador incansable de los Seminarios de Formaci�n Teol�gica en los que "con sus historias constru�a una casa de palabras donde recuperar energ�as, donde �cargar las pilas�.
Orlando nació en Santos Lugares (Buenos Aires), el 20 de diciembre de 1932. Cursó estudios de abogacía en la Universidad de Buenos Aires, y en marzo de 1955 entró en el Noviciado de la Compañía de Jesús. El 17 de diciembre de 1966, fue ordenado sacerdote en San Miguel (Buenos Aires). Ejerció como profesor en la Universidad y en el Colegio Máximo de San Miguel, del cual fue vicedecano. De 1970 a 1976 vivió en comunidades insertas en barrios, entre ellos, en la villa miseria del Bajo Flores en 1974. El 23 de mayo de 1976 fue secuestrado junto con un compañero, el P. Jalics, y permaneció detenido en la ESMA durante 5 meses. Reapareció con vida el 24 de octubre de 1976, en un bañado cercano a la ciudad de Cañuelas. Debió irse a Roma y allí estudió Derecho Canónico. Al regresar a Quilmes, ya fuera de la Compañía de Jesús, ejerció diversos cargos en la diócesis, hasta que fue nombrado párroco en Berazategui. Pero las amenazas de que era objeto en su parroquia de Berazategui, por su defensa de los débiles y su denuncia de los traficantes de muerte, le hacían imposible permanecer allí, y de acuerdo con su obispo en 1997 se trasladó a la arquidiócesis de Montevideo. Mons. Gottardi lo recibió sin dudar (¡"cómo no vamos a recibir a un sacerdote perseguido!", dijo) y desde entonces se desempeñó como párroco en la comunidad Santa Bernardita. Falleció el 9 de agosto de 2000 a causa de un paro cardíaco.
Daniel y Freddy, dos integrantes de la comunidad Santa Bernardita, nos dan su testimonio: "De a poquito conocimos su historia, su pasado y su presente. Y a través de lo que contaba de sus vivencias tuvimos la certeza de que era un ser especial. Ternura, solidaridad con el más débil, comprensión hacia el dolor ajeno y por sobre todo una gran capacidad de escuchar al otro en silencio y atentamente, fueron virtudes de Orlando.
La sonrisa semejante a la de un niño después de una picardía... Las cejas levantadas cuando la conversación se ponía un poco seria por demás. Los ojos cerrados meditando antes de una homilía. Los dos pasos ágiles con los que bajaba los escalones del ambón que lo separaban de donde estaba su gente, cuando después de leer el Evangelio, se disponía a regalarnos el corazón con sus reflexiones, hasta que la voz se le quebraba y por ahí empezaba a asomar alguna lágrima. El famoso cuentito, experiencia de vida... esa vida de la que él sabía como nadie extraer en los más pequeños acontecimientos las más grandes enseñanzas.
Todas estas imágenes y muchas otras que nos quedan a quienes tuvimos la suerte de vivir con Orlando las guardamos en nuestro corazón. Y lo seguiremos haciendo porque detrás de ellas están sus enseñanzas. Sobre todo esa manera de vivir la vida, comprometido con justicias y solidaridades, ‘aunque más no sea chiquititas’... de esas, que al decir de él, podemos encontrar su nuevo diario vivir."